Todos alguna vez hemos visto una película, una serie o jugado un videojuego que es hablado en español a pesar de ser el idioma original de ese producto. Algunas veces este doblaje ha sido fundamental para comprender aquello que estábamos viendo y otras veces descubrimos que la voz en castellano incluso supera a la original. Pero, en una cantidad de oportunidades, hemos maldecido el momento en que nos damos cuenta que la película que pescamos la televisión, en una tarde de domingo de zapping, no tiene subtítulos sino que está doblada a un español neutro insensible que le quita fidelidad a la interpretación de los actores o a la calidad del guión.
La realidad es que el doblaje genera en el espectador sentimientos encontrados, que oscilan entre el amor y el odio. Pero más allá de lo que verdaderamente nos parezca, también es una realidad que el arte del doblaje implica trabajo, creatividad y mucho talento por parte de sus creadores y ejecutantes. Además es una herramienta necesaria y democrática, fundamental para todos aquellos que no pueden valerse de los subtítulos.
En el sentido formal, según la Real Academia Española, el doblaje en cine o televisión es aquella "operación en la que se sustituye la parte hablada por su traducción en otra lengua".
Si bien muchas veces este proceso puede pasar desapercibido, hacer doblajes incluye un nicho artístico muy fuerte y una pata empresarial con su propio peso dentro de la económicamente poderosa industria audiovisual.
Los pioneros de esta técnica fueron los estudios de animación de Walt Disney. Fue en el año 1938 que se estrenó el primer largometraje de la historia doblado íntegramente al español: Blancanieves y los siete enanitos. La traducción de la cinta llevó poco más de seis meses y no se mantienen copias ni registros de ese primer intento por parte de la industria de llegar a Hispanoamérica con sus contenidos.
Estos primeros doblajes al español se realizaron en Estados Unidos y contenían una extraña mezcla de acentos de las distintas regiones de América latina y España, ya que el rol institucionalizado del actor de doblaje aún no existía. Esta característica casi hace fracasar la expansión internacional de Disney, ya que el público rechazaba la combinación de voces y esto perjudicaba el rendimiento comercial de los contenidos.
En base a esta problemática, Disney decidió trasladar los estudios de doblaje a distintos países hispanoparlantes y que la dirección del proceso estuviese a cargo de directores y actores de habla castellana.
El primer gran estudio de doblaje en América Latina se abrió en Buenos Aires. Años después, en 1949, una delegación del estudio argentino se trasladó a México para encontrar la voz de Cenicienta a través de un concurso organizado por la emisora de radio XEW. La producción terminó eligiendo a la actriz y cantante centroamericana Evangelina Elizondo para interpretar a la princesa. El resultado fue tan bueno en calidad y taquilla que a partir de ese entonces México se consagró regionalmente como "la capital del doblaje".
El otro gran mojón en la historia de los doblajes al español fue en 1991, con el estreno de La Bella y la Bestia. Para esta película Disney tomó la decisión de producir dos doblajes diferentes: uno para América Latina producido en México y otro en España. Esta modalidad se mantiene hasta la fecha y, de hecho, la industria del doblaje en el país ibérico es hasta hoy casi omnipresente.
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